domingo, 18 de agosto de 2013

El tapete imaginario.

Tengo un par de semanas yendo a hacer clase de yoga a la playa, específicamente sobre la arena, la sensación de pasar del suelo o la duela a la arena es riquísima, si no lo ha intentado, se lo recomiendo.

Uno pudiera pensar que el ambiente relajado del sonido del mar y la suavidad de la superficie hacen de la práctica el ambiente algo más relajado, y lo hacen, pero al mismo tiempo lo vuelven más intenso. Al conectar las palmas de mis manos a la arena y tratar dejar fluir los movimientos de mi cuerpo en una superficie movediza caí en cuenta de cómo voy moviéndome en el mundo -hablo por mí, del resto no sé-, cómo en realidad no hay una realidad estable, no existe ese piso firme por el que todos los días me vuelvo loca por crear y gasto toda mi energía en asirme y no salir del rectángulo de "un tapete imaginario".

¿Y qué es el tapete imaginario? La construcción maniquea de mi vida, las dualidades existencialistas y los reduccionismos subjetivos y pendejos en los que termino mi parloteo mental cuando ni en mi cabeza ya no tengo argumentos.

Durante el inicio de la práctica estuve en el tapete físico, porque no quería revolcarme en la arena, dirán qué es una estupidez, y lo es, pero en mi mente se justificaba con que luego tenía que ir a otro lugar y no quería llegar como carne empanizada. Pero la práctica me llevó al punto de salir del tapete, -así como la vida reta a salir de la zona de confort-, y disfrutar de la no - estabilidad e incluso cerrar los ojos y confiar en la arena... o bueno, en mí.